Yo he visto al turbulento

Yo he visto al turbulento y a su ferviente amiga salvados por la imaginación,

porque el cínico no ha ido al infierno gracias a la imaginación

y el infame no ha entrado en el deshonor de su propia verdad gracias a la imaginación.

Yo me revelo contigo en la imaginación como el silencio en una amante inédita,

la conjetura indaga su resoplido entre la ruina, el árbol aborrece los valles,

ningún cautiverio dura eternamente en la brevedad de los labios de Horacio,

ninguna ciencia de rabinos descubrirá la amistad entre la poesía y el cielo,

los nómades no tienen campamento sino en la periferia donde algo amenaza,

Dante no tuvo campamento en los infalibles círculos,

yo tengo un aposento bajo el sombrero de paja y una estera de marfil en el asilo de las nubes.

Mi nombre no dice nada a quienes me rodean, voluntariamente combato sus síntomas.

Concibo la memoria como el oficio de devolver a las aldeas su soberanía.

Algunas veces la juventud es una pasión enferma que ha huido del séquito,

su vanidad decora el orgullo como las sombras una caverna.

Todo lo inverosímil representa una verdad para alguien,

el unicornio es inverosímil, el ángel es inverosímil, la raya del horizonte es inverosímil.

Lo imposible es indulgente con la maravilla,

llamo maravilla al pez de obsidiana y al vértigo de otro abismo desde los puentes de mimbre.

La pesadumbre escolta los intentos como el desencanto la orfandad del logro.

El riesgo vive en el semblante de los supersticiosos, el crepúsculo tiene las manos atadas.

El progenitor del artista es un mensajero que trae recados de la oscuridad.

En la provincia de las fábulas hay fábricas de pórfido para el ataúd de las estatuas.

Lo contrario al fallecimiento es una sonrisa inesperada, lo contrario al glaciar la belleza del fuego.

Todo lo inmortal admite el mediodía, el girasol hace alianza con los páramos resecos.

El límite del hombre, el límite de la velocidad del pensamiento.

No han sido escritas estas palabras para el conocimiento de la razón

y no porque esa necesidad de conocer el sabor de los ruidos semánticos

no asista como un deber al hombre y sea enfermedad de su inteligencia,

pero el que entra en una tumba blanca y prueba el blanco y duerme sobre el blanco

no debería ya manchar con otra elección el lugar de lo sagrado.

Yo he entrado en una tumba blanca y he comido en ella carne brillante de pez,

he bebido agua de cal como otros beben agua de Dios mezclada con lluvia,

y a esa tumba la he llamado casa y he cerrado la puerta y me he quedado a vivir en ella.

Cuando llamó el lúcido le pregunté a qué venía, vengo para saber, eso dijo.

Cuando llegó el cobarde entró también el desconocido, traían aceite para las lámparas.

Nadie me ha ayudado a equivocarme, yo mismo he abolido mis derechos.

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