No hay enigma

Alegre como perro de pobre era Gastón Baquero que por poco no era pobre del todo y tenía un perro que se llamaba Mishima. Almorcé con María Kodama guisantes a la amargura, el flequillo como una cortinilla de filamentos de acero tras la que el archiduque besa a la heroína de ópera. ¿Tiene aceite de sésamo? preguntó al garçon. Discretamente el planeta Venus había comenzado a asomarse en el horizonte entre el dedo índice y el dedo pulgar. Yo recordaba un himno sumerio que en alguna parte decía: tú estás allí levantando la cabeza hacia tu buen destino, lo que me favoreció ante la japonesa durante un instante. Yo era invisible. Yo era como Borges una alegoría en virtud de la cual una cosa representa otra. Me llegó una carta desde el verano de 1926, en la que Boris Pasternak escribe para Marina Tsvetáyeva palabras como temor, promesa, barrenderos, amor, absurdo y falso. Media docena de caballos de madera con los que con un poco de talento se podría intuir un verso. Gastón Baquero no era Rilke, pero los ciervos que abandonan Los cuentos de Hoffman para ir a la sinagoga le tenían el mismo respeto que a Abraham. ¿Sabes una cosa? Cuando murió Rilke una nieve negra comenzó a caer en ningún sitio y lo que tenía derecho a la eternidad dejó de existir. Viajé con Gastón Baquero hasta más abajo del Guadalquivir, él llevaba un maletín con la flauta del Rey David y la pequeña muerte de los poetas le ayudaba con el peso de las monedas perdidas por los bolsillos del chaleco. Uno está acostumbrado a ir a los funerales por bastante menos de lo que cobra un jardinero japonés durante la poda de los cerezos. María Kodama era muy amable, es una pena que no se llamase Sarah, y bien merecía, ya que no hay Enigma, que un Desconocido la acompañase hasta la puerta.

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